Aquí están de nuevo, mis cómplices, las hojas en blanco. Y
yo, cualquier aspecto de mí que decida; un bolígrafo con tinta generosa y una
carpeta en la que apoyarme.
Todo fluirá al ritmo de mi sangre. Y éste se acoplará al de
mis sueños. Entonces, juntos, folios, tinta, manos impulsadas por la sangre, y
ésta por mi imaginación, crearemos, una vez más, vida. Y esa vida se
configurará dentro de la que parece inevitable, dentro de las expresiones que
han primado hasta este preciso instante, para doblegarse al blandir de mis
emociones y mis deseos.
Ya no soy yo, la “yo” que tú conoces. Ahora soy un potencial
de lo que se cree de manera fortuita ante la conjunción de todo lo mencionado,
más cualquiera de las potenciales probabilidades de realidad. Aquí se
configurarán, al movimiento de mis dedos sujetando un bolígrafo.
Aquí empieza mi nueva vida.
¿Quién se queja? ¿Quién no sabe soñar? ¿Quién no sabe
escribir? ¿Quién no se sabe dueño de sus circunstancias? Porque, ¿qué es la
vida sino la suma de realidades que, articuladas, dan un sentido global a las
emociones, a los pensamientos?
Sólo me queda el esfuerzo de enumerar las hojas a medida que
vayan llenándose de letras, de líneas, de párrafos, de proyectos. Sólo eso está
más acá del sueño de crear inconscientemente, pero es necesario, para no perder
el hilo al recibir la información. Y, también, para aquietar y permitir que
fisuras cerradas se abran nuevamente y consientan emerger sueños olvidados. Entonces, escribo, en la parte superior de la segunda
hoja, el número “2”, y prosigo, recogiendo un deseo oculto hasta ese número, por
un bosque de experiencias frondosas que me impedían ver.
Pero escribiendo veo el sol; sus rayos se cuelan por entre
la maleza anquilosada de la rutina, y accedo a sueños durmientes que esperan el
beso del renacer.
Graciela Bárbulo